Ayer nos tocaba UCI, siempre que la analítica estuviese bien, y sí, estaba bien, pero se nos fue la pinza y fuimos con el niño comido y teníamos que haber ido en ayunas… (es lo que tiene la emoción de que Guzmán de repente pida algo de comer, que por la novedad le das de comer con gusto y hasta le adornas el plato).
Así que hoy nos ha tocado ir por la mañana; yo he llegado un poco tarde y me le he encontrado completamente dorimidito con la anestesia, le acababan de poner la Intratecal y cuando despertase la Vincristina y la Asparraginasa. Eva me ha contado que se ha portado como un campeón, que ha llegado abrazado como un koala a ella, se ha sentado con él en la cama, se ha dejado monitorizar sin ninguna lágrima y cuando le ha bajado la taquicardia que traía por llevar la procesión por dentro, le han puesto la mascarilla y sin lágrimas y entre abrazos a su mamá, se ha quedado dormidito.
El mundo estaba en su sitio, las piezas colocadas, todo en orden, tenía al lado todo lo que necesitaba, la pieza que nos da cordura a todos en esta alocada historia, la sombra que está ahí detrás cuando falta algo de aliento, el abrazo presente, la sonrisa constante, y el amor incondicional: su mamá, su puente sobre aguas turbulentas (y por supuesto el mío).
Es muy fácil conectar con esa sensación tan agradable, tan genial de pensar en ese alguien con el que puedes contar, ese alguien gracias al que puedes dejar caer la cabeza sin miedo porque sabes que con toda seguridad, habrá un hombro que te va a recoger. Me recuerda a esa canción de siempre de la que os dejo esta gran versión de John Lennon.