En nuestro tiempo, el pueblo de Xàtiva admira la figura de una mujer.
Ella se define como una persona normal, trabajadora, extrovertida, a la que le gusta viajar, el arte y la fotografía. Sus amigos la consideran una mujer muy valiente que consigue todo lo que se propone. Es buena amiga, buena cuidadora, buena madre, buena esposa. Es, en definitiva, una persona buena.
Se llama Encar, y ha superado dos procesos de cáncer. El último, gracias a un tratamiento innovador que gracias a la investigación ha podido llegar a pacientes como ella.
Encar no lleva solo su propia cruz con su enfermedad: hace poco se quedó viuda. Rafa, su marido, falleció por culpa del cáncer, esa palabra que odiamos con todas nuestras fuerzas.
Pero la historia de superación de Encar empieza mucho tiempo antes.
Encar tenía un hijo. Adriá. Adriá enfermó de leucemia linfoblástica aguda cuando Encar tenía 32.
Con 32 años, la vida se para. Y empieza una nueva, donde la rutina se transforma en visitas a hospitales, aislamientos, quimioterapias, termómetros para controlar la fiebre, vuelta al hospital… Conoció a nuevas personas: médicos, enfermeras y voluntarios. Gente de otra pasta, gente que le enseñó que la vida es otra cosa muy diferente a cómo la había imaginado.
Encar relata que cuando llegó la Navidad, y escuchaba en su carnicería a la gente preocupada por qué iba a cocinar en Nochebuena, inquietos por si quedaría bien el menú, ella tenía la cabeza puesta en si llegaba el trasplante para Adriá.
Aprendió a la fuerza a apreciar lo importante, las pequeñas y rutinarias cosas que nos hacen felices: una siesta en el sofá, ver una peli con alguien a quien queremos…. Si Adriá estaba bien, todo lo demás estaba bien. Disfrutaban cada momento y apreciaban la vida, desde entonces, de otra manera.
Pero Adriá, lamentablemente, un día se marchó. Y su mamá desde entonces busca la palabra que le defina: ¿quién eres cuando pierdes a un hijo?
Encar y Rafa, su marido, siguieron su vida, su nueva vida más allá de Adriá. Volcados en sus sobrinos, en amigos… fueron padres de acogida y cambiaron el futuro de un peque que no tenía familia.
Hace un tiempo, Encar conoció la Fundación Unoentrecienmil gracias a Álvaro Merino, en una de sus charlas motivadoras del talento de equipos.
A raíz de este encuentro, Encar conoció nuestra Cadena Dorada de los Cordones Dorados Solidarios.
Ella nos cuenta que compró 10 cordones para regalarlos a sus amigos; posteriormente, una amiga la animó y decidió comprar 200. ¿200? Si traes 500 los vendes. Y si traes 1.000, también los vendes, le decían sus amigas.
Y así, con esta forma tan española de motivarnos, pidió 1.000 cordones dorados que vendió en el Genovés, su pueblo, como un reto personal, como una promesa de hasta dónde puede llegar una persona que cree a ciegas en la necesidad de investigar para curar.
Ella no solo consiguió vender los 1.000 cordones: necesitó más porque la gente de Genovés se volcó con su causa, no le quiso dejar sola.
Encar se propuso un reto, lo consiguió, y ahora va a otras cosas.
Su ilusión está ahora en dedicar su tiempo a Aspanion, cuyos voluntarios jugaban con Adriá en el hospi y conseguían que ese día pareciera fiesta.
Encar no deja de sonreír ni uno solo minuto. ¿Cómo se puede conseguir eso después de vivir tantos momentos duros en la vida? Ella lo tiene claro: su virtud es disfrutar la vida desde una mirada positiva, sabiendo que tiene la ayuda de gente que le acompaña y aceptando la realidad que le ha tocado vivir.
En sus propias palabras, “Perder un hijo que has parido es lo peor que te puede pasar. Ante situaciones así, hay personas que se encierran tras la puerta de su vida anterior y no quieren saber más. Pero yo no quiero vivirlo así. Aún tengo vida por delante y quiero hacer que esta vida merezca la pena”
Sigue brillando, querida Encar. Como tu sol brillante de Genovés, fiel al reflejo dorado de todo lo bueno que ofreces al mundo.
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