En 30 años, las estadísticas de la supervivencia a la leucemia infantil han dado la vuelta. Juan, en el nombre de Pedro, quiere conseguir que todos los niños diagnosticados se curen.
Corre el año 1986. Madrid es una ciudad hirviente, llena de inquietudes y movimientos musicales y culturales. El primer panda nacido en Madrid, Chu Lin, acaba de cumplir dos años. Conocimos en persona a Freddie Mercury en el concierto de Queen en Vallecas. Los autobuses rojos recorren las calles, y podemos subirnos pagando el viaje con bonobuses de cartón. El alcalde de Madrid es Tierno Galván, y la Quinta del Buitre se está fraguando. Willy Fog, Gadget, David el Gnomo y Oliver y Benji son parte de nuestras meriendas a la vuelta del cole.
Ese año, una familia recibe una noticia que les cambiará la vida para siempre. El hijo mayor, Pedro, es diagnosticado de leucemia. Un golpe tremendo en un momento en el que a los padres de estos niños había que explicarles que sólo sobrevivían dos niños de cada diez afectados.
“Pedro solo tiene una esperanza de vida de 3 meses”. Esa frase cayó como un trueno sobre esta familia de Hortaleza.
Esos padres no se resignaron a este futuro tan corto y tan poco halagüeño. Se trasladaron con su hijo Pedro a Barcelona, que fue tratado en el Hospital de la Cruz Roja, el actual Dos de Mayo. El único hospital que ofrecía al menos una esperanza de poder tratarle sin resignarse a una estadística. Los hermanos de Pedro se quedaron en Madrid con los abuelos, que procuraron que esa situación tan dolorosa fuera lo más llevadera posible para sus nietos pequeños.
Pedro tenía 12 años cuando falleció. La esperanza de tres meses se prolongó a un año, y su pérdida dejó a sus dos hermanos, Juan y Quique, desconcertados y a sus padres sumidos en una tristeza que nunca se fue del todo.
En 2020, Juan está confinado junto a su familia, como el resto de las personas del planeta en plena pandemia. La muerte de su hermano Pedro había quedado latente, reflejada para siempre en miles de fotos e historias del tío Pedro a los más pequeños de la casa, porque la vida sigue y la resiliencia nos obliga a continuar con nuestros sueños y futuro.
Juan, con todo el tiempo del mundo para parar y pensar, hace una revisión de su vida. Entonces cae en la cuenta de que su hija tiene la misma edad que tenía su hermano Pedro cuando enfermó de leucemia, y él tiene la edad que su padre tenía entonces. Esto le lleva a hacer un proceso precioso de transformación vital, revisitando la experiencia vivida de niño desde el punto de vista de su padre. Muchos pensamientos y sensaciones burbujeaban en su cabeza, porque entender a un padre que ha perdido un hijo requiere un ejercicio de empatía durísimo.
El proceso concluye con una decisión reveladora: quiere materializar este reencuentro con su pasado en algo trascendente que ayude a otras personas. A otros padres que vivieron lo que vivieron los suyos, a otros hijos que fueron hermanos de niños y niñas que no sobrevivieron.
Juan había tenido una lesión a raíz de un primer reto benéfico, y tardó unos años en recuperarse lo suficiente. Empezó a entrenar para poder hacer realidad el homenaje a su hermano Pedro. Y en su cabeza se fraguó la idea de hacer la media maratón de Behobia en San Sebastián. Juan nos cuenta esta historia hablando siempre en plural, incluyendo en la toma de decisiones a Nati, su mujer. Juntos, con determinación, apoyando cada momento para poder hacer realidad el reto. Todos los días entrenaba, siempre un poco más, siempre un pasito más.
En pleno confinamiento, Juan dedicaba su tiempo libre a cocinar en la ONG World Central Kitchen. Esta experiencia le hizo conectar con lo más hondo de la vulnerabilidad: las personas que estaban en profunda situación de pobreza.
Juan es un hombre con una hondura y una sensibilidad increíble, y cuando nos cuenta ese acercamiento al sufrimiento, esa compasión por los que sufren, unido a su propio momento vital que le trajo de nuevo a revivir la historia de Pedro, no podemos hacer nada más que sentir un intenso agradecimiento por conectarnos con la gente buena.
En noviembre de 2021, Juan hizo la Behobia. Su reto está en este enlace, Facio ut Facias #Leucemia . La interpretación puede ser algo así como: Yo lo hago, tú donas.
Puso como objetivo de recaudación 9.774 euros, importe que coincide con la fecha de nacimiento de Pedro. Se acercó a todos sus amigos, familia, a sus compañeros de rugby, a los cocineros voluntarios que conoció en la Word Central Kitchen… A sus antiguos compañeros de colegio y a los compañeros de Pedro, al colegio de sus propios hijos… Abrió sus redes sociales, hasta entonces privadas, para poder comunicarse con otras personas que se acercaban para colaborar con su reto.
Juan superó el objetivo y alcanzó una recaudación de 13.300 euros.
Al margen de esta gran gesta, si nos acercamos a conocer un poco mejor a Juan, encontramos a un padre reconciliado con su infancia. Reconciliador del sufrimiento. Reconciliado con sus padres, para darles la oportunidad de honrar a Pedro y que su nombre nunca se borre de la historia familiar. Que los sobrinos de Pedro sepan mucho mejor quién fue, porque para Juan, ser padre es hacer la mejor versión de uno mismo en la misión de criar a los hijos. Y también ser generadores de buenos recuerdos, de experiencias que les ayuden a comprender el valor de una vida.
Telmo y Blanca, los hijos de Juan, saben quién es Pedro. Y sus abuelos saben que Pedro, su hijo, seguirá presente para siempre en esta familia, porque Juan ha sido el motor que ha puesto la historia de Pedro al alcance de muchas personas.
Hoy no estamos en 1986. Hoy, en pleno siglo XXI, las estadísticas han dado la vuelta completamente, porque ahora son ocho de cada diez niños los que se salvan. Pero Juan ha corrido por esos dos peques que se quedan en el camino, para sumar esperanza y seguir investigado la curación plena de la leucemia infantil.
En el nombre de Pedro.
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